Casería. Primera parte
Estábamos en un lugar nuevo, dentro del repertorio que tenemos con mis amigas para ir a beber, bailar y divertirse un poco. Llegamos a la hora que nos gusta: cuando el lugar está lleno y todos nos pueden ver llegar. Una de las pocas mesas desocupadas nos esperaba; después de tener nuestras cervezas y cigarros en la mesa, comenzamos a fijarnos en nuestro alrededor: mucha gente alegre y vanidosa que buscaba lo mismo que nosotras: mostrarse.
Un par de amigas y yo fuimos a la pista de baile, mucha música de los 80’ como nos gusta, bailamos hasta que el sudor comenzó a molestarme y necesitaba refrescarme con mi cerveza que me esperaba siempre fiel. Mientras me acercaba a la mesa, miré hacia una entrada y me fijé que venía él, venía con su grupo de amigos desde la otra pista de baile, no entró de los primeros, sin embargo lo vi sólo a él, traía unos jeans gastados, anchos en la parte de abajo, venía sin polera, sudado y con collar estilo hippie, su pelo era un poco crespo y se lo dejaba más largo que corto, él era delgado, cuerpo firme y fuerte. Mientras se iba acercando sentí que todo a mi alrededor pasaba muy lento, la música se escuchaba difusa y, a parte de ella, lo único que escuchaba eran los latidos del corazón, lentos pero fuertes, me sentía extasiada en un estado hipnótico. Cuando estaba pasando por mi lado, sentí su olor a animal, ese animal libre, corriendo por un campo sin fin, sudando fuerza y pasión, escapando de toda amarra, corriendo, sudando…
Ni siquiera me vio, él también estaba cazando, se notaba en la mirada: las pupilas dilatadas, analizando todo y pestañeando sólo de vez en cuando. Cuando por fin pasó de largo, no pude evitar darme vuelta, sólo un poco, luego miré mi mesa y mis amigas me estaban mirando con complicidad, me senté y ellas estallaron en risas y bromas con respecto a mi constante casería. Yo no dije nada, sólo sonreí y bebí un trago muy largo de mi cerveza, prendí un cigarro y me quedé pensando en el color dorado de su pecho, mojado, terso, salvaje, libre.
Pasó un momento en que me olvidé de ese ser y comencé a reírme y a contar anécdotas con mis amigas, bebimos mucha cerveza y se nos olvidó el mundo por largos minutos. De pronto subí la vista y me fijé que venía en dirección a la mesa, me propuse mirarlo fijamente, haciéndole notar que me gustaba, a lo lejos escuchaba que mis amigas conversaban y se reían entre sí.
Primero lo miré de arriba hacia abajo, deteniéndome en los lugares que me interesaban, luego volví a sus ojos y fijé mi mirada ahí, tenía que mirarme, debía mirarme, a medida que se acercaba se iba acabando mi posibilidad de llamar su atención, pero cuando estuvo muy cerca mío, por fin me miró y sin detenerse fijó sus ojos en los míos, lo seguí con mi mirada hasta que desapareció por mi reojo…conseguí mi objetivo, sonreí y mientras encendía otro cigarro miré a mis amigas, quienes no se percataron de mi anzuelo. Volví a la conversación.
Después de unas horas, nos dirigimos a la pista de baile y como ya es costumbre, nos pusimos a bailar entre nosotras, sin esperar ni querer bailar con hombres. Estábamos muy entusiasmadas y alegres, mirándonos entre nosotras y riéndonos de las payasadas de cada una en el baile, de pronto sentí nuevamente el olor a animal, sudor de animal; miré a mis amigas y ellas me estaban mirando con cara de sorpresa, entonces me di vuelta y lo vi, él estaba justo atrás de mi, bailando conmigo sin que yo me diera cuenta, muy cerca, acechándome, mirándome, seduciéndome; me volví hacia él y comenzamos a bailar y todo comenzó a ser lento nuevamente, no escuchaba música, sólo escuchaba los latidos de mi corazón…los de él. Nos acercábamos, nos rozábamos, nos olíamos, nos deseábamos, nos acariciábamos sin hacerlo y luego nos mirábamos fijamente, los dos conocíamos el juego. Perdí la noción del tiempo y del espacio; de pronto alguien me tomó del brazo y me dijo que nos teníamos que ir, miré y vi que era una de mis amigas. En eso sentí un brazo deslizándose por mi cintura y con una fuerza de macho dominante me atrajo hacia su cuerpo, quedamos muy cerca, sintiendo nuestro sudor, nuestro aliento, nuestro jadeo, nuestro olor de animales preparados para el apareamiento. Me dijo que me quería volver a ver, le di mi número, un “nos vemos” y comencé a caminar junto con mi amiga hacia la salida.
Ninguno de los dos se preguntó el nombre.
Esa noche, al llegar a mi casa, me dormí con la agradable sensación de la nueva conquista.