jueves, octubre 26, 2006

Casería. Primera parte

Estábamos en un lugar nuevo, dentro del repertorio que tenemos con mis amigas para ir a beber, bailar y divertirse un poco. Llegamos a la hora que nos gusta: cuando el lugar está lleno y todos nos pueden ver llegar. Una de las pocas mesas desocupadas nos esperaba; después de tener nuestras cervezas y cigarros en la mesa, comenzamos a fijarnos en nuestro alrededor: mucha gente alegre y vanidosa que buscaba lo mismo que nosotras: mostrarse.
Un par de amigas y yo fuimos a la pista de baile, mucha música de los 80’ como nos gusta, bailamos hasta que el sudor comenzó a molestarme y necesitaba refrescarme con mi cerveza que me esperaba siempre fiel. Mientras me acercaba a la mesa, miré hacia una entrada y me fijé que venía él, venía con su grupo de amigos desde la otra pista de baile, no entró de los primeros, sin embargo lo vi sólo a él, traía unos jeans gastados, anchos en la parte de abajo, venía sin polera, sudado y con collar estilo hippie, su pelo era un poco crespo y se lo dejaba más largo que corto, él era delgado, cuerpo firme y fuerte. Mientras se iba acercando sentí que todo a mi alrededor pasaba muy lento, la música se escuchaba difusa y, a parte de ella, lo único que escuchaba eran los latidos del corazón, lentos pero fuertes, me sentía extasiada en un estado hipnótico. Cuando estaba pasando por mi lado, sentí su olor a animal, ese animal libre, corriendo por un campo sin fin, sudando fuerza y pasión, escapando de toda amarra, corriendo, sudando…
Ni siquiera me vio, él también estaba cazando, se notaba en la mirada: las pupilas dilatadas, analizando todo y pestañeando sólo de vez en cuando. Cuando por fin pasó de largo, no pude evitar darme vuelta, sólo un poco, luego miré mi mesa y mis amigas me estaban mirando con complicidad, me senté y ellas estallaron en risas y bromas con respecto a mi constante casería. Yo no dije nada, sólo sonreí y bebí un trago muy largo de mi cerveza, prendí un cigarro y me quedé pensando en el color dorado de su pecho, mojado, terso, salvaje, libre.
Pasó un momento en que me olvidé de ese ser y comencé a reírme y a contar anécdotas con mis amigas, bebimos mucha cerveza y se nos olvidó el mundo por largos minutos. De pronto subí la vista y me fijé que venía en dirección a la mesa, me propuse mirarlo fijamente, haciéndole notar que me gustaba, a lo lejos escuchaba que mis amigas conversaban y se reían entre sí.
Primero lo miré de arriba hacia abajo, deteniéndome en los lugares que me interesaban, luego volví a sus ojos y fijé mi mirada ahí, tenía que mirarme, debía mirarme, a medida que se acercaba se iba acabando mi posibilidad de llamar su atención, pero cuando estuvo muy cerca mío, por fin me miró y sin detenerse fijó sus ojos en los míos, lo seguí con mi mirada hasta que desapareció por mi reojo…conseguí mi objetivo, sonreí y mientras encendía otro cigarro miré a mis amigas, quienes no se percataron de mi anzuelo. Volví a la conversación.
Después de unas horas, nos dirigimos a la pista de baile y como ya es costumbre, nos pusimos a bailar entre nosotras, sin esperar ni querer bailar con hombres. Estábamos muy entusiasmadas y alegres, mirándonos entre nosotras y riéndonos de las payasadas de cada una en el baile, de pronto sentí nuevamente el olor a animal, sudor de animal; miré a mis amigas y ellas me estaban mirando con cara de sorpresa, entonces me di vuelta y lo vi, él estaba justo atrás de mi, bailando conmigo sin que yo me diera cuenta, muy cerca, acechándome, mirándome, seduciéndome; me volví hacia él y comenzamos a bailar y todo comenzó a ser lento nuevamente, no escuchaba música, sólo escuchaba los latidos de mi corazón…los de él. Nos acercábamos, nos rozábamos, nos olíamos, nos deseábamos, nos acariciábamos sin hacerlo y luego nos mirábamos fijamente, los dos conocíamos el juego. Perdí la noción del tiempo y del espacio; de pronto alguien me tomó del brazo y me dijo que nos teníamos que ir, miré y vi que era una de mis amigas. En eso sentí un brazo deslizándose por mi cintura y con una fuerza de macho dominante me atrajo hacia su cuerpo, quedamos muy cerca, sintiendo nuestro sudor, nuestro aliento, nuestro jadeo, nuestro olor de animales preparados para el apareamiento. Me dijo que me quería volver a ver, le di mi número, un “nos vemos” y comencé a caminar junto con mi amiga hacia la salida.
Ninguno de los dos se preguntó el nombre.
Esa noche, al llegar a mi casa, me dormí con la agradable sensación de la nueva conquista.

domingo, octubre 15, 2006

Recuerdos y algo que no es mío

Es increíble todo lo que se puede llegar a encontrar cuando ordenas el cajón en donde guardas todos tus recuerdos. Estaba en eso el otro día y me encontré con un sin fin de momentos dormidos en mi memoria y despertados por cartas, fotos, anillos, diarios de vida, foto de graduación, guiones de obras de teatro, etc.
Hubo cosas que me hicieron reír como las hojas del libro de clases de 1° y 3° medio que me robé…por la chucha que me portaba mal. Otras cosas que me dieron nostalgia, como los textos de Confirmación que guardé como un pequeño tesoro de mi pasado. Y otras me hicieron recordar a aquellos hombres de mi pasado…uno de ellos fue compañero de trabajo en un pub; es y debería seguir siendo Psicólogo, también escribía y leía mucho y es uno de los hombres más interesantes que he conocido.
En los momentos de pick en el trabajo, yo llevaba siempre las bandejas llenas y las manos ocupadas, por lo que acostumbraba a poner las “comandas” (papeles en donde uno toma nota del pedido) en la boca, debido a esto, las comandas quedaban manchadas con mi lápiz labial y esto hacía que mis compañeros me molestaran con tallas en doble sentido y me miraran con picardía, lo que, debo admitir, me agradaba.
Una noche este hombre del que hablo, me dijo que no estaba seguro si yo manchaba las boletas o las comandas, yo le respondí que manchaba las comandas. Esa noche, al final de la jornada laboral, él me pasó un papel con un texto impreso, lo que leí me gustó mucho, por lo que lo guardé en el cajón de los recuerdos.
Ahora que lo releí se me ocurrió la patudéz de publicarlo en este espacio. Lo pensé mucho ya que no lo escribí yo y ya no tengo contacto con esta persona como para pedirle permiso, pero al fin y al cabo creo que es una buena historia y cautivadora redacción y me gustaría compartirla con ustedes. La traspasaré textual desde el papel a la pantalla.
Aquí va, espero sea de su agrado.

La Zona
Como me era habitual en otros bares, entré cerca de las 11. Hora suficiente para poder elegir la ubicación ideal para mis propósitos. La noche anterior había pasado por fuera y me había estado dando vuelta durante todo el día la idea de la Zona. Las mesas estaban desocupadas y me sedujo eso de sentarme a esperar. Había que aparentar tranquilidad. Encendí un cigarro, una cerveza frente a mi. El frío de la noche recordaba los fríos más tristes del invierno pasado. Pero ahora estaba en la Zona, y eso debía cambiar
En una esquina, fuego. Sí, era eso lo que necesitaba. Un fuego intenso, llamas sinuosas como lenguas húmedas recorriendo la madera desde abajo, sobreponiéndose unas a otras, frenéticas por llegar al centro y consumirlo todo en un beso voraz, profundo, pleno. Un fuego sistemáticamente alimentado por la gente del bar, como poniendo una alfombra al preámbulo necesario de una noche de encuentros clandestinos. “Unámonos en un abrazo eterno. Estas sola, estoy solo…la soledad también puede ser una llama”, recordé, mientras pedía otra cerveza a una mujer de ojos intensamente verdes.
Nada más que esperar. Pero había que estar preparado. Tener las preguntas correctas, separar las respuestas obvias de las inquietantes, controlar el entusiasmo por evidente, las pausas, la atención pareja, la transpiración de las manos; el movimiento frenético de mi pierna derecha casi sintomático de mi interés por una hembra.
Controlar la situación, eso era todo.
La mirada es el camino por el que transita el deseo, y partí al baño a ensayar frente al espejo mi ilimitado abanico de opciones al respecto. Así y todo, conocía las suficientes. De Niro en Taxi Driver: inquietar, provocar, seducir. Eso sí que sabía cómo hacerlo.
Las personas empezaron a llegar. Las primeras no se detuvieron en la Zona. Siguieron de largo, pero no me preocupé, ya que eran básicamente parejas. Sin embargo, pensé que igualmente podían estar en la Zona. Parejas insatisfechas que busquen un nuevo contacto, algo que reanime la triste pobreza de su relación. ¿Swing? Claro, casi siempre las mujeres están con el hombre equivocado y no pocas veces también es al revés. Pedí otra cerveza y me empecé a sentir mejor con el siguiente trago. Para mi es habitual no equivocarme al evaluar una relación. Mujeres interesantes, hermosas, relucientes de un esplendor interno, junto a tipos que caminan mirando hacia el suelo, escudriñando la punta de sus zapatos, sin más pretensión que llegar a una cama para vaciarla de fantasía. Nada que hacer, irremediablemente juntos hacia el fracaso, al despreciable aburrimiento de rutinas sosas, diálogos evidentes y rutinarios.
Otra cerveza. Esta vez estoy poco a poco más rodeado de gente. Parejas riéndose, grupos conversando y abriendo unas tras otra botella de vino. Soy el único en la zona que continúo solo y esperando que llegue alguna mujer a sentarse a mi mesa.
Comienzo a mirar a las parejas esperando que con eso ellos se den cuenta de lo que estoy buscando. Como es la primera vez que vengo, quizás sea esa la forma en que los contactos se lleven a cabo. Me intuyo algo nervioso y enciendo otro cigarro. Pido otra cerveza pensando que la zona no es lo que yo pensaba. No queda más que beber y humedecer como siempre el deseo en los recovecos del vaso. Las mujeres me gustan fáciles. O sea, me gustan cuando a ellas yo les atraigo. No tengo paciencia para la conquista. Pido la cuenta y me la traen los mismos ojos verdes. La zona no era más que la proyección de mis propias fantasías.
No queda más que salir y pensar que la Zona de Contacto no es más que el suplemento de un diario puesto a la vista del público para ser leído.
Ya afuera, revisé la boleta y vi que estaba marcada con rouge.
Tal vez, la noche no había sido del todo mala.