martes, marzo 31, 2009

Espada y escudo

Sin pensar en nada específico encontré lo que buscaba.
Vagábamos con mi compañera de la perdición y nos lanzamos a una masa movediza con nuestros venenos en la mano, sorbiendo de vez en cuando un poco. De pronto una pareja de desconocidos comenzó a moverse y morirse junto a nosotras y nos propusieron ir a su refugio. No me di cuenta cuándo, después de negarme muchas veces a la añoranza, ya estaba sobre él, frotándonos y lamiéndonos, mientras mi compañera hacía lo suyo en otro lugar.
Era todo demasiado distorsionado, el veneno ya había hecho su parte en nuestros cuerpos, nos decíamos cosas sin sentido mientras nos frotábamos con fuerza y nos lastimábamos. No pude evitar el agradable escalofrío que sentí cuando toqué su espalda húmeda y su piel firme, lo toqué tantas veces como me lo permitió la lenta agonía del cuerpo y la mente. Tomé con una mano firme su flecha de roca y él comenzó a moverse con desesperación.
Nada se consumó: el no traía su escudo.
Ese mismo amanecer nos pusimos de acuerdo para tener un segundo encuentro. Esta vez sí hubo batalla.